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Es el color el personaje principal de un final de siglo, el XIX, allí donde Seurat se montó en un carro muy luminoso -cabe preguntarse si fue él el montado o hizo que fueramos nosotros quienes montáramos-, tan, tan luminoso que hasta las sombras eran luz. Su pintura funcionaba y sigue funcionando a niveles complementarios, ¿acaso Seurat intentaba decirnos algo? Algo más allá de lo que narraban sus mujeres sentadas en un cesped o sus campos verdosos. Algo más. Algo que tuviera que ver con la vida. Color, si yo fuera un color sería uno que fuera necesario para crear sombra. Y si tuviera la posibilidad de elegir una época a la que pertenecer sería ésta: el color lo es todo en la pintura.

 

Me gusta pensar en el postimpresionismo como un movimiento que surge de la ruptura y, como toda ruptura, enmarca una evolución. De igual manera ocurre con la palabra movimiento que, por el hecho de ser movimiento, supone un desplazarse, un recorrerse, un bailoteo a fin de cuentas. E imagino a todos esos colores de la mano, a esa necesidad de un carmín que junto a un verde desaturan la escena. Esto me lleva a pensar rápidamente en Didi Huberman y James Turrel: l' homme qui marchait dans la couleur.

Literal: ¿caminar sobre el color? Propongo que por ahora solo sea nuestra percepción la que camine a ritmo de I Wanna Hold Your Hands y sobre unos pixeles que conforman un todo.

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